Ya va un año, eran las 04:00 de la madrugada de un sábado, el lugar, un bar de Las Terrazas del Mall Plaza Vespucio. Me paré de la mesa y comenté que me iba del lugar, cuando una linda chica de 28 a 30 años, me pidió pasar a dejarla a su hogar. Si bien éramos colegas, no nos conocíamos más allá del saludo diario.
Pensé que iba a ser mi oportunidad de poder tenerla entre mis brazos.
Demasiado ebria entró a mi vehículo y se disculpó por por estar tan borracha y educadamente me pidió que sólo manejara por un rato con todas las ventanas abiertas.
A esa altura, las ganas de conquistarla ya se habían esfumado.
Mientras manejaba yo me iba mentalizando de que en cualquier momento ella vomitaría y yo tendría que limpiar el auto… De un momento a otro ella sacó la mano y comenzó a hacer movimientos con su mano (como cuando eres pequeño y te diviertes sacando la extremidad para sentir la fuerza del aire). Yo seguí manejando y fue entonces cuando ella me hizo una pregunta: “¿Has pensado en la muerte? ¿Has pensado sobre cómo será cuando te mueras?” A lo que yo respondí: “Sí… Eso creo”.
Después de eso también me confesó que esa noche estaba ‘celebrando’ con nosotros, sus colegas y amigos del trabajo “su despedida”, pues nos había dicho que había encontrado otro puesto en un lugar fuera de la ciudad y tendría que dejar ese trabajo.
-Lo que no les dije es que ese lugar sería “el cielo”- dijo la chica…
Me confesó que tenía un cancer terminal y no le quedaban más de dos a tres semana de vida.
Nada respondí, no fui capaz de abrir mi boca.
Una vez que la dejé en su casa, me deshice y lloré como nunca antes lo había hecho durante todo el camino a casa, el llanto duro varios días y noches.
Nunca más supe de ella.