No alcanzo a llegar a los 85 años, le faltaban pocos días. Pero estaba en 84 años de sabiduría, de paciencia, de trabajo, de un inmenso sacrificio y de mucho amor por sacar adelante a sus hijos, a sus nietos y bisnietos.
Agradecido de la vida por haber tenido a esa mujer que aunque llevaba ya casi 3 años con una enfermedad renal que la tiro al piso, así y todo, siempre estuvo más activa que yo. A sus 84 años y con todas sus enfermedades, me seguía cuidando y apoyando en los momentos difíciles.
Las palabras no alcanzan para decirle a una madre lo que se siente por ella, para mostrar el agradecimiento y el eterno amor que se le tiene… mucho menos alcanzan las palabras para decirle lo mucho que se le va a extrañar.
Mi vieja siempre decía que su niñez, pese a ser muy sacrificada, fue un tiempo donde disfruto muchísimo a sus padres, tanto en el cariño que le daban, como en las enseñas, valores y principios que recibió. Hablaba de mi abuela y como ella, una mujer criada en el campo, le enseñó cosas que hasta último minuto mantenía fija: una taza debía estar con su platillo y su plato de pan; no se podía poner un tenedor o una cuchara en la mesa, sino que el servicio completo, groserías, nada! jamás!
Su juventud estuvo llena de altos y bajos, pero si alguien lee el libro (o ve la película) “La Chica del Crillón”, podrá ver allí a mi vieja retratada.
Ya cuando adulta, vinieron sus dos hijos, mi hermana mayor y luego yo… y claro, su matrimonio que fue bastante gris, pues mi difunto viejo sufría de una seria enfermedad: “El Alcoholismo” que le hizo pasar muchos años de malos momentos, pero sin duda, ya todos esos temas fueron ampliamente superados por ella y por mi.
Mi vieja era de esas personas que donde estaba andaba con sus polluelos, y hoy, aún enferma como estaba, seguía siempre preocupada por nosotros, por sus nietos y por sus bisnietos… ella seguía comprando o encargando dulces “para los niños” y para “mi huacho” como solía decirle a mi sobrino mayor.
Hasta hace un tiempo era “la doctora, la asistente social, la sicóloga” de la familia, pues cada vez que estaba una de sus hermanas, yernas, sobrinas o sobrinos en dificultades, allá partía mi mamá a ayudar y dar ánimo. Pero el transantiago también ahogó en parte muchas de sus salidas.
Cómo decía, hoy mi vieja, pasaba por un momento difícil, ya sus riñones, o la ausencia de ellos, no le permitían estar bien, estaba con una deficiencia renal crónica, con diálisis tres veces por semana, y con graves problemas de presión arterial, lo que nos hacía ser “clientes frecuentes” del Sapu y del hospital. Y por otro lado, sus ojos se estaban apagando, pues ya había perdido la vista en su ojo izquierdo y en el derecho su córnea ya no tenía las suficientes células para poder ver.
En fin… hoy mi madre, Natalia Filomena Ortúzar Molina, se fue. Nunca supe cual era su color favorito, nunca pude aprender a bailar tango para hacerlo con ella. Sí disfrutábamos de Alodia Corral en la Colo-Colo o en La Portales, y al terminar un cassette de Libertad Lamarque o Edith Piaf. También disfrutaba de Carmina Burana, de La Flauta Mágica y de las grandes obras del teatro municipal. Pude llevarla a conocer gran parte del sur de Chile, nos quedo pendiente la ida a la Carretera Austral, pero algo alcanzó a recorrer.
Ahora, por ella, me queda una tarea, hacer que en Chile tengamos una “Ley de Muerte Digna” (o Eutanasia), agonizó durante 15 días, y eso no es justo, y quienes me conocen, saben que voy a darlo todo por que ese proyecto de ley, que hoy duerme en el parlamento, tome fuerza, pues no quiero seguir viendo como personas como mi madre tengan que sufrir tanto al momento de partir.
Gracias viejita por haberme dado la vida, gracias por haberme cuidado en cada etapa de la vida. Te voy a extrañar más que la mierda, pero sé, que mientras estés en mi mente y en mi corazón, seguirás viendo junto a nosotros.
-En el Nombre de mi madre-