Que el Colegio de periodistas se haya unido a la manada bulleadora impune, en vez de defender el derecho del periodista a no ser removido por consideraciones políticas, habla del ambiente demencial en que estamos viviendo. Tampoco le gusta al Colegio de Periodistas los que entrevistan desde sus ideas previas y sermonean al espectador, con lo que espero luego que le llegue una amonestación a Daniel Matamala y Mónica Rincón.
Si no hubiera desayunado seis años seguidos todos los días con Matías del Río, creo que a mí también me caería mal. Demasiado alto para ser confiable, más joven que sus 53 años, tiene 5 hijos, pero parece que fuese a perder la virginidad mañana por la mañana.
El abajismo necesario en el Chile de hoy no es una posibilidad para Matías del Río, que lleva impreso por todas partes el sello del colegio Manquehue de los SSCC donde estudió. Pánfilo y obsesivo con los mismos temas, nombres e ideas muy fijas, viene del riñón duro del conservadurismo más chileno, de la muy exigente intelectualmente familia Covarrubias, no disimula ni su catolicismo ni su pertenencia, al mismo tiempo, a la vieja y a la nueva elite.
En el colegio y la universidad me lo imagino torpe, disléxico, bromista y pánfilo. No sé cómo lo pasó en el colegio, pero me imagino que era fácil bullearlo. Creo que este es el motor del desprecio que se tiene en las redes sociales. O al menos eso explica que nadie se burle tan obsesiva y cruelmente de José Luis Reppening, Juan Manuel Astorga, Macarena Pizarro o Soledad Onetto, algunos mucho más a la derecha que Del Río, otros infinitamente más “privilegiados” que él.
La masa, aunque sea la masa electrónica, es cobarde y si se ataca a Del Río es porque, anteojudo y de buen corazón, se sabe que va a dar la otra mejilla, que no se va a vengar, que se ríe como el que más de las arengas salvajes que lanzaba contra él Felipe Avello.
Que el Colegio de Periodistas se haya unido a la manada bulleadora impune, en vez de defender el derecho del periodista a no ser removido por consideraciones políticas, habla del ambiente demencial en que estamos viviendo.
Puede que tenga razón el colegio de reprocharle a Matías del Río las preguntas largas con respuestas incorporadas, pero debería también entonces preocuparse de Fernando Paulsen que inventó esta modalidad de monólogo con punto de interrogación movible y eventuales.
Tampoco está bien, dice el Colegio de Periodistas, que las preguntas sean más largas que las respuestas. Pero no los veo sancionando a la gran Mónica González que suele escoger esa modalidad de entrevistas por televisión.
Tampoco le gusta al Colegio de Periodistas los que entrevistan desde sus ideas previas y sermonean al espectador, con lo que espero luego que le llegue a Daniel Matamala y Mónica Rincón una amonestación.
Y sí, claro, no es bueno que un periodista entreviste gente en el rubro donde tiene intereses no revelados, a la Julio César Rodríguez, ni que alabe y halague a su jefe al aire como Alejandra Valle hace todas las mañanas, ni menos esgrima teorías sin mucho sustento en los hechos como lo hacía Yasna Lewin o Checho Hirane en la fenecida La Red.
Si el estándar moral del periodismo es tener periodistas que no den su opinión, o que tengan la misma opinión que el Colegio de Periodistas, creo que todos en este gremio estamos por suerte fallando.
A mí la ligera sonrisa irónica de Iván Valenzuela me parece tan necesaria como la risotada de Andrea Moletto y la risa cantarina de la Monserrat Álvarez, o la persistente manera en que Mónica Pérez no deja escapar a nadie, como el carácter sin concesiones tampoco de Juan Cristóbal Guarello. Todos ellos distintos y a veces distantes entre sí, que aman de manera innegable su trabajo, me consta por haber trabajado con muchos de ellos.
¿Qué faltan más? ¿Qué faltan otros? No cabe duda, hay varios en canales de cable o en YouTube que podrían hacer la diferencia. ¿Qué sobra alguien? No me parece, a no ser que se conciba, como el Colegio de Periodistas y algunos miembros del directorio de TVN, al periodismo como una instancia de reeducación de las masas.
Hablaba al principio de la nota de los desayunos que compartí con Matías del Río y el resto de los panelistas de la radio Duna (Consuelo Saavedra, Nicolás Vergara) con los de la radio Zero (Patricio Fernández, Claudio Álamo) que compartíamos horario. No tengo por qué en este artículo contar las variadas escenas altamente cómicas que involucran toda suerte de famosos, autoridades, y productores, periodistas y controles, que vivimos ahí.
Solo sé que gracias a esos desayunos que Matías Del Río no juega a ser cristiano, que su preocupación por el otro es genuina y verdadera y absolutamente desinteresada. Es quizás por eso difícil encontrar alguien que después de trabajar con Matías del Río tenga algo malo que decir de él.
Por supuesto esto nada tiene que ver con el juicio que pueda tener de su desempeño profesional, pero esa cualidad, la de ser humano íntegro, resulta cada vez para mí finalmente más esencial que cualquier otra.